Tras las huellas de Matisse

“Cuando comprendí que cada mañana volvería a ver esta luz, no pude creerme mi felicidad. Decidí no dejar Niza y he pasado prácticamente aquí toda mi existencia¨. La cita es de Henri Matisse (Le Cateau-Cambrésis,1869 – Niza, 1954) y refleja muy bien lo que le atrajo de esta ciudad de la Costa Azul en la que viviría hasta el fin de sus días. Sin embargo, antes de instalarse en Niza, el artista francés visitó muchos otros lugares que le sirvieron de fuente de inspiración para su obra. 

Curiosamente, el primer viaje que influye en la obra de Matisse no lo realiza él, sino Gauguin, quien a finales del siglo XIX huye a los Mares del Sur en busca de una civilización más pura y menos corrompida que la europea. Gauguin abre así el camino de la influencia del arte primitivo en los artistas de las primeras vanguardias del siglo XX. El pintor expone en el Salón de Otoño de París de 1903 sus primeras obras producidas en Tahití y es ahí donde Matisse puede observar esas esculturas talladas en madera, que él reproduce a su vez en una pequeña escultura de madera titulada “La danza” (1907) que puede verse actualmente en el Museo Matisse de Niza y que será el origen de sus conocidas pinturas del mismo título que fueron encargadas por el coleccionista ruso Serguéi Shchukin (quien compró 37 obras de Matisse en un período de ocho años) y por el norteamericano Alfred Barnes (quien atesoró 59 obras del artista, entre las que se encuentra un mural realizado con los motivos de La danza). 

Esta fascinación que Matisse empieza a sentir por el arte primitivo le llevará a viajar en 1910 a España, donde visitará el Museo del Prado, y donde quedará deslumbrado por el orientalismo que descubrirá en Sevilla y en Granada, donde visitará La Alhambra. Un orientalismo en el que profundizará en sus viajes a Marruecos en 1912 y 1913 y que plasmará en esas odaliscas que aparecen frecuentemente en sus pinturas. 

Matisse se trasladará a Niza en 1917, donde fijará sus residencia y su estudio en el que desplegará todos esos objetos que ha recopilado a lo largo de sus viajes y que aparecen de forma repetida en su obra, tal y como puede verse en la exposición organizada por la Royal Academy of Arts de Londres titulada “Matisse y su estudio” y que puede visitarse en la capital británica hasta el 12 de noviembre. 

Esta completa exposición está compuesta por 35 objetos que se encontraban en su estudio junto con 65 obras de arte de Matisse entre pinturas, esculturas, dibujos, grabados y collages. Entre estos objetos que servían a Matisse como fuente de inspiración, podemos encontrar un torso romano, máscaras africanas, telas estampadas del Norte de África, un jarrón de cristal de Andalucía o una cafetera francesa del siglo XIX. Todos estos objetos pueden verse en la exposición junto a las obras en las que aparecen. Todo un juego de ilusiones por medio del que podemos asistir a las entrañas de la creación de este gran maestro del color. 

La exposición refleja cómo Matisse volvía continuamente sobre estos objetos y los plasmaba repetidas veces en su obra. Y es que, tal y como decía el propio artista, “he trabajado a lo largo de mi vida ante los mismos objetos. Un objeto es un actor. Un buen actor puede actuar en diez obras diferentes y un objeto puede jugar un papel en diez pinturas diferentes”.

Prueba de ello es la cafetera que se puede ver en la exposición y que aparece en los cuadros “Naturaleza muerta con concha” (1940) y “Naturaleza muerta con caracola sobre mármol negro” (1940); la jarra de cristal que también se puede contemplar en la muestra y que aparece en “Rosas de azafrán en la ventana” (1925); o el tapiz del norte de África que podemos contemplar tanto al natural como en el interior de la pintura titulada “El biombo moruno” (1921), perteneciente al Museo de Filadelfia. 

Estos objetos fueron muy importantes para Matisse, pues viajaba con gran parte de ellos y en la correspondencia que establecía con sus familiares se puede comprobar cómo constantemente pedía que le enviaran objetos de París a Niza. 

La exposición finaliza de la misma forma que Matisse finalizó su trayectoria artística. Una intervención quirúgica dejó al pintor postrado en una silla de ruedas en 1941. Algo que no le impidió seguir su producción artística, pues comenzó lo que el denominó su segunda vida creadora compuesta por papeles de colores que recortaba con unas tijeras en su silla de ruedas y que luego iba incorporando a unas composiciones de gran colorido (una gran retrospectiva de estas obras pudo verse hace unos años en el MOMA de Nueva York y en la Tate Modern de Londres).


Su pulso ya no le dejaba practicar la pintura al caballete, por lo que pasó a “pintar con tijeras”, como él mismo diría. Su fiel secretria Lydia Delectorskaya (que aparece en varios retratos como modelo) dirigía un grupo de asistentes que seguían las instrucciones del maestro a la hora de poner los recortables de colores en grandes obras como las que puede verse a la entrada de su museo en Niza. 


Una de ellas lleva el título de “Oceanía” y es que el pintor siguió en 1930 el camino emprendido por Gauguin hacia los Mares del Sur y visitó la isla de Tahití, donde encontró una gran inspiración para sus últimas obras realizadas con papeles recortados. 

En esta última etapa de su vida fue cuando Matisse también encaró la que puede considerarse su obra más completa: la capilla del Rosario situada en Vence, una pequeña localidad de la Costa Azul. El artista diseñó todo lo que podemos encontrar en esta capilla desde las vidrieras hasta los murales, pasando por las cruces, el altar, los candelabros, las lámparas, las puertas del confesionario y hasta las casullas de los sacerdotes. Toda una joya arquitectónica que hace de esta localidad una visita obligada para los amantes de la obra de Matisse. 

Igual de obligada que la visita al Stadel Museum de Frankfurt para visitar la exposición que confronta hasta el 14 de enero del próximo año la obra de Matisse junto a la de otro gran artista del siglo XX, Pierre Bonard (Fontenay-aux-Roses,1867 – Le Cannet, 1947). Y es que si en su día la exposición estrella fue la que narraba la amistad entre Matisse y Picasso, ahora le ha tocado el turno a Bonard, con quien mantuvo una amistad que duró más de 40 años. Una exposición en la que, a través de 120 obras, podemos comprobar que ambos artistas pintaban interiores, naturalezas muertas, paisajes y desnudos femeninos, y cuya amistad y admiración mutua les llevó a poseer obra del otro, tal y como puede verse por primera vez en esta exposición.

Y es que la obra de Matisse invita a mil y una lecturas y nuevas visiones. No en vano el que es considerado como el gran maestro del color dijo aquello de que “siempre hay flores para quien desea verlas”.

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